11 junio 2005

El ganso

¡ Lo querían hacer leso!
Sus compañeros se estaban dando un mensaje. La voz corría de boca en boca, de banco en banco, pero a él no lo tomaron en cuenta.
¡ Lo saltaron!
- ¡ Vaya, vaya ! - se dijo sin incomodarse - ¿ Qué están pensando hacer éstos sin que yo lo sepa?
Y aguzó su fino oído para escuchar. Lo logró sin gran esfuerzo, pues hablaron demasiado fuerte.
- ¡ Qué graciosos!- se dijo tentado de la risa - El sábado en casa de Ana María y no querían que yo fuera. ¡ Pues, de allá seremos!
Según su acostumbrada forma de actuar consideró lo ocurrido como lo más lógico: una especie de juego" el gato caza al ratón". Por un lado sus amigos evitando su compañía usando cualquier truco y él, ingeniándoselas de alguna forma para estar con ellos.
- ¿ Sabrá el ganso lo de la fiesta?- oyó como se cuchicheaban algunos, sin importarle tampoco ser nombrado en esos términos. Este junto al de " Mamerto" y otros similares le eran apodos sobradamente conocidos.

Por principios, jamás llegaba temprano a una fiesta. Con desfachatez, presentábase cuando la alegría ya estaba armada, dándoles la ilusión de su no presencia. Gozaba al ver como se fruncían sus rostros ante el fastidio de su inoportuna aparición que los jóvenes, con una crueldad inmadura, no se cuidaban de ocultar.
Ya era tarde cuando se encaminó a casa de Ana María. A media cuadra de distancia podía ver sus entreabiertas ventanas iluminadas. De ellas escapaban, alegres, las voces de quienes se divertían al son de la música. Ansiando unirse cuanto antes a esa vida pletórica , apresuró sus pasos, arrastrando consigo todo lo antipático de su persona. Con una sonrisa satisfecha pulsó el timbre de la puerta de calle...
Le abrieron casi de inmediato ... Algo malo heló su alegría irónica...
¡La casa se hallaba sumida en un silencio absoluto! Intrigado quiso interrogar a la niña que lo recibió. Su voz se detuvo antes de ser emitida. ¡El no conocía a ese ser pálido de cabellos tan largos y negros como su vestido...! Lo miraba y parecía no verlo, luego extendió una mano y apoyándola sin roce alguno sobre su hombro, encaminó sus silenciosos pasos hacia el salón. El joven la siguió confuso. En el aire flotaba una salobre inquietud como procesión de hormigas maceradas en aguardiente.
Los pasos de la extraña guía se deslizaban callados por el entablado del piso, sin alterar el aire suspendido de la casa. Al observar sus pies Emilio vio: estaba descalza. Llegaron al salón y ella abrió la puerta indicando con un vago ademán hacia adentro. Superado su desconcierto trató de iniciar una conversación pero de respuesta sólo obtuvo la imagen ausente de la joven y su mirada errática de pupilas fijas.
- ¿ Qué pasa con ustedes?- gritó con su voz destemplada al entrar en la habitación

- ¿ Están jug...?
La voracidad de la presencia sin ruido engulló el final de sus palabras. Ahí estaban sus amigos. Sentados algunos en los sillones, otros en el suelo todos, estatuas, en poses hindúes.
Miró a su alrededor en busca del detalle que tal vez se le escapaba. Vio bandejas con restos de canapés sobre los muebles, vasos a medio vaciar, jarros y botellas de bebidas y en algunos ceniceros ... cigarrillos aún humeantes. Sentada muy rígida en uno de los sillones estaba Ana María.
- ¿ A qué juegan ustedes...? - les gritó, pero una vez más su pregunta no obtuvo respuesta.
Entonces una idea siniestra cruzó por su mente ¿ estarían todos muertos? Un hilo de locura comenzó a envolverlo y tomando a Ana María por los hombros la remeció brutalmente. ¡ Fue como violentar a una inerte muñeca de cera! Sin oponer resistencia quedó recostada sobre un brazo del sillón, clavada en la distancia su inexpresiva mirada. La garra de la angustia se introdujo en su estómago. Con ansiedad tomó el pulso de la niña por ver si estaba viva. ¡ Sí! Latían sus arterias, pero su mente ¿ en qué oscuro laberinto se hallaría perdida su mente?

¿ Cual sería el viaje, tal vez sin retorno, emprendido por todos sus amigos?
- ¡ Alguien diga algo! - gritó casi en un sollozo.
Parada en medio de la sala la mujer vestida de negro lo miraba distraída. Su presencia era macabra. Venciendo sus ansias de escapar, les tomó el pulso a cada uno de sus compañeros. Había vida. Luego les pasó repetidamente las manos por delante de los ojos, mas ninguno parpadeó, entonces, ya sin contenerse, empezó a palmotear con violencia la cara de uno de ellos que sentado en posición semi loto se perdía en misteriosos horizontes. La niña de negro hizo un movimiento negativo con la cabeza y silenciosa siempre, con los brazos extendidos, lo rozó con una de sus manos invitándolo a sentarse en el suelo. Emilio obedeció dócilmente dando antes un último y violento remezón a su amigo. Ella le acomodó las piernas y las manos en una actitud de meditación, luego, desprendiéndose del cuello una gargantilla de la cual pendía una piedra verde, empezó a oscilarla ante los ojos del muchacho como para inducirlo a un trance hipnótico.
Emilio dio un violento salto. ¡ Los ojos de la niña y el color de la piedra eran iguales...! La humedad de su miedo lo hundió en el despavorido mundo de las pesadillas.
¡ Se hallaban en poder de un espectro! ¡ No otra cosa podía ser aquel ser de palidez extrema! Recordó horrorizado todas las leyendas acerca del Triángulo de las Bermudas, con naves encontradas intactas, sus comedores servidos con alimentos aún calientes, pero sin tripulación alguna. La casa de Ana María era clara como la luz del medio día, pero de algún modo, ese ente maligno se había apoderado de la mente de todos, usando oscuros poderes y ahora intentaba esclavizarlo a él.
Sintió su boca seca ahogándolo y la necesidad de beber fue imperiosa, pero cuando intentó alcanzar un vaso que parecía
¡ Todo inútil! ... Se volvió enloquecido ... tocando su cara halló la causa de su espanto. Con los brazos extendidos sus verdes ojos lo atraían en forma maléfica. Con la punta de sus dedos palpó su rostro desencajado, luego, volviéndose, lo empujó con firmeza de regreso al salón.
De un empellón que hizo trastabillar a la chica se libró de ella, lanzándose en loca carrera por las habitaciones de la casa.
En la cocina oyó ruido de agua. En medio de un enjambre zumbador, entró. Alguien se afanaba en lavar copas. Miró aterrado, luego reconoció a Mimí, la empleada de la casa.
- ¿ Qué te pasa? - preguntó ésta alarmada y luego viendo que el muchacho, pese a sus esfuerzos, no lograba articular palabras le ofreció un poco de agua.
La bebió atropelladamente satisfaciendo, tan sólo, un instinto primario.
-¡ Me quiero ir...! ...¡ Quiero ir...me...! - murmuró incoherente.
-¡ Andate, si quieres! ¿ Quien te lo impide?
- ¡ La puerta ... no la puedo abrir ...!
- Este chiquillo está enfermo del mate - exclamó Mimí secándose las manos - ya verás como yo la abro facilito.
- ¿ El miedo te quiso tragar? ... ¿ El miedo se trago a la música...?
¿ Ves como no costó nada abrir la puerta? - le dijo después de hacerlo sin ningún esfuerzo. Y riendo lo invitó a salir.
Ya en la calle llenó sus pulmones de aire fresco, luego se apoyó en la muralla buscando serenarse para pensar que hacer. El silencio se rompió en una tétrica melodía escapada por la ventana: era un lúgubre coro que jugaba con dos o tres notas. Miró hacia dentro. El murmullo provenía de las gargantas de sus extáticos compañeros. De pronto, uno de ellos, abandonando su impasibilidad, estalló en una atroz carcajada prolongada, prolongada ... como un eco metálico. Otros se sonrieron antes de volver a su quietud.
- ¡ Esto parece una broma...! se dijo Emilio - ¡ Habrá que averiguarlo!
Y decidido, con valentía y sin rencor alguno, pulsó una vez más el timbre de la puerta de calle.
Cuando invisibles manos le abrieron fue devorado por la nada silenciosa quien lo cubrió con su manto de magnéticos poderes. (Adriana Monsalve)


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